Cuidar a distancia
En algunos casos, las personas que cuidan a un familiar viven lejos de éste. La mayor parte de las veces, esta situación ocurre entre padres e hijos, bien porque viven en diferentes ciudades o en puntos alejados dentro de una misma ciudad. Cuidar a los padres en la distancia plantea problemas específicos desde un punto de vista práctico y emocional.
Una situación conflictiva que puede plantearse cuando el cuidador y su familiar viven lejos uno de otro es tener que decidir si los padres deben trasladarse a vivir cerca de los hijos. La distancia es muchas veces un motivo de preocupación para los hijos e, incluso, de sentimientos de culpa por no poder atender suficientemente a los padres.
Por ejemplo, cuando padres e hijos viven lejos unos de otros, una gran parte del contacto tiene lugar mediante conversaciones por teléfono, lo que hace que muchas veces los padres, para no causar preocupación, eviten hablar de sus problemas de salud durante largos espacios de tiempo, hasta que éstos llegan a ser tan evidentes que no pueden seguir ocultos. Cuando estos problemas de salud se hacen manifiestos, se produce una situación muy estresante para la familia. Una solución frecuente en estos casos es que los hijos se desplacen a casa de los padres y permanezcan un tiempo allí para cuidarlos. Esto supone a su vez nuevos motivos de estrés para los hijos. Por ello, a veces, esta situación da lugar a que se contemple seriamente la posibilidad de que los padres vayan a vivir con los hijos.
Otra forma de cuidar a «distancia» ocurre cuando la persona mayor ingresa en una residencia. El ingreso del familiar en una residencia no significa que haya cesado la responsabilidad del cuidador, sino que comienza una nueva etapa en la que se seguirá desempeñando este mismo papel aunque de una forma distinta. Cambian algunos aspectos de la relación entre el cuidador y su familiar, así como también las responsabilidades del cuidador: desaparecen algunos motivos de preocupación y surgen otros nuevos. Por ejemplo, el esfuerzo que suponen las visitas a residencias a veces alejadas, la preocupación ante la atención que pueda estar recibiendo el familiar en la residencia, el coste económico… Ante esta nueva situación, la persona encargada de cuidar también experimentará nuevos sentimientos, en ocasiones ambivalentes o contradictorios; tendrá sentimientos de alivio porque la responsabilidad del cuidado ya no recae únicamente sobre ella, pero a la vez se puede tener sentimientos de preocupación. También, es posible que se sienta culpable por abandonar lo que considera su responsabilidad. Muy probablemente, además, estará preocupada porque en la residencia no atiendan a su familiar tan bien como ella lo hacía en casa. Los esfuerzos que el cuidador dedicaba al cuidado físico de su familiar dejan paso a un aumento de las preocupaciones por su bienestar. De la misma forma, el cuidador acusa los efectos de no ser él quien ayuda a tomar las decisiones sobre aspectos cotidianos de la persona mayor (qué ha de comer su familiar, cuándo se baña…) y de haber delegado todas estas pequeñas decisiones en otras personas. Ahora lo que al familiar le gusta y lo que le disgusta, que tan bien conoce su familia, resulta desconocido en la residencia. Y todo ello puede ser motivo de temor y preocupación para el cuidador.
Fuente: las personas mayores necesitan ayuda. Guía para cuidadores y familiares.